Caminar por una calle de Centro Habana, de regreso a casa, sin horario, observando cada edificio, descubriendo, riendo (“ojo la puerta abre paya fuera”). Detenerse frente a una fachada, llenarse de belleza los pulmones. Encontrar una tienda irreal, donde venden Chocolate Negro Torras al 70%. Y bajo la noche fresca de abril, atravesar la ciudad en una máquina tan vieja como mi padre.
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